martes, 28 de julio de 2009

EL DIPUTADO ALBERTO CANTERO HABLA DEL PROFESOR GIBERTI

EXTRAÍDO DE PÁGINA 12 DEL 27/7/09

Sus enseñanzas siguen vigentes

Por Alberto Cantero *

El ingeniero agrónomo Don Horacio Giberti, falleció a los 91 años luego de una incansable trayectoria de entrega, esfuerzo y lucha por el desarrollo integral de la Nación. De todas las funciones que cumplió, como profesor, como técnico, consultor internacional, como presidente del INTA entre 1958/61 o como Secretario de Agricultura y Ganadería en 1973/74, han quedado sus enseñanzas de notable jerarquía y profundidad intelectual, pero especialmente su capacidad de llevar adelante las convicciones con firmeza, con claridad y plantear las verdades sin medias tintas.

Como presidente del INTA marcó un rumbo que acompañó a la Institución durante muchos años: proteger los recursos naturales, generar innovaciones y desarrollos tecnológicos propios que estuviesen en directa relación al progreso social y económico del país, especialmente del mediano y pequeño productor con su familia. Aún se reconoce su firmeza en la decisión política de impulsar en 1973 el Impuesto a Renta Normal Potencial de las Tierras, como un instrumento que posibilitara el desarrollo armónico del país, que no hubiese tierras ociosas, que se impulsaran la creación y aplicación de tecnologías que optimizaran la producción. El esfuerzo de otro gran ingeniero agrónomo que tuvo Argentina, Antonio Piñeiro, con un pequeño equipo del INTA realizó la Regionalización Ecológica para poder aplicarlo. La destrucción nacional que sobrevino con la dictadura en 1976, también lo impidió.

Don Horacio Giberti nunca claudicó en sus convicciones ni en la valentía de plantear las cosas tal cual las consideraba. Aún con dificultades en la salud, son de meridiana claridad los conceptos que entrega en una nota con el periodista Diego Ramírez el 12 de mayo de 2008. Refiriéndose al conflicto “de la Resolución 125” dice Giberti “...creo que al amparo de esa demanda se infiltra el intento de debilitamiento del gobierno pero que no es tanto del gobierno en sí mismo, sino es la democracia lo que está en juego...”. Además planteó los riesgos del actual proceso de concentración de tierras por arrendamiento de fondos financieros agropecuarios para la producción de soja al generar conductas rentistas y especulativas, con exclusión del pequeño productor. Para orientar la producción en función del desarrollo rural, y no sólo de aumentos de volúmenes físicos que muchas veces sólo generan pobreza y dependencia en el mediano plazo al país, plantea Giberti que es necesario “... una buena intervención del Estado”. También ha señalado todas las dificultades del actual sistema de comercialización agropecuario, las ventas en negro, y las necesidades de compensaciones que debe realizarse. Dice Giberti: “Si existiera una Junta Nacional de Granos se podría volver al sistema en que el gobierno compra y vende y de ahí simplificar los diferenciales de precios internos y externos, sin tener que recurrir a estos sistemas de compensaciones”.

Giberti nos dejó físicamente, pero su testimonio de vida y sus enseñanzas seguirán vigentes.

* Diputado nacional. Presidente de la Comisión de Agricultura.

HOMENAJE AL INGENIERO HORACIO GIBERTI

Extraido de Página 12

Palabras de despedida
El ex secretario de Agricultura murió el sábado a los 91 años. Abraham Gak, Enrique Martínez y Alberto Cantero recuerdan sus enseñanzas y la valentía con que defendió sus ideas hasta el final.

Adiós al amigo, adiós al maestro


Abraham Leonardo Gak *

Mis primeros contactos con Horacio Giberti datan del año 1973 en que, como presidente del Colegio de Graduados en Ciencias Económicas, trabajamos en un proyecto común con el entonces ministro de Economía José Ber Gelbard. En esa época –era secretario de Agricultura– tuve las primeras referencias de su personalidad y su labor académica. Pero el verdadero vínculo comenzó a partir del año 1993 en que el destino me permitió unir mi vida a la de Mónica Padlog, sobrina y “adoptada” como hija por el matrimonio compuesto por él y Julieta Menassé.

A partir de ese momento me integré a su familia compartiendo alegrías y sinsabores con ellos, con sus hijos Jorge y Víctor y sus familias. Este vínculo me convirtió en testigo privilegiado de su pensamiento, sus escritos y sobre todo de su sabiduría.

Horacio tenía una personalidad exquisita; su delicadeza en el trato cotidiano no fue mengua para su severidad con los falsos apóstoles, los egoístas que tras el lucro medraban en la búsqueda de beneficios personales o para su casta.

Horacio no fue perfecto. Tenía defectos. Uno de ellos fue que no logró forjar una fortuna personal en su paso por la función pública, como lo logró alguno de sus sucesores. Tuvo el defecto de ser leal a sus principios: nunca los subastó al mejor postor. Consideró que la función pública era un servicio a la sociedad que debía realizarse con devoción y responsabilidad. Su vida fue una constante y permanente preocupación por el destino de nuestro país y de los pobres, los marginados, los explotados.

En su caso, construyó su ideario sobre sólidos conocimientos, investigando con rigurosidad académica la información disponible sobre cada tema que era sometido a su consideración. La prensa ha dado testimonio de sus libros, títulos académicos, su participación en congresos y reuniones científicas y de su intervención en los grandes debates nacionales, de modo que los doy por conocidos. Yo estoy hablando del otro Horacio Giberti: el trabajador incansable en su ordenada y clasificada biblioteca, el maestro generoso que se brinda a sus discípulos, el sufrido hombre que sobreponiéndose a las dolencias físicas que lo atormentaban y a su ceguera, día a día se interesaba en la política, en la economía y en la cultura nacionales. Se hacía leer cotidianamente los diarios y la correspondencia; procuraba que fieles colaboradores transmitieran sus opiniones y organizaran sus entrevistas con los medios; y concurría con entusiasmo a los distintos foros a los que era invitado.

Hoy, sus familiares directos lloran su muerte. Yo no puedo compartir ese dolor. Se fue un modelo. Vivió de acuerdo con sus ideales, trabajó incansablemente, brindó a su país sobrados servicios, formó discípulos, fue fiel padre y esposo. Se sobrepuso al enorme dolor de perder a Julieta, su amor, y a la inesperada muerte de nuestra amada Mónica. Nunca pasó por alto sus obligaciones, fue honesto y brindó el ejemplo de cómo se puede ser feliz sin perseguir riquezas materiales. Qué más se le puede pedir a un hombre.

Me queda el recuerdo de Horacio Giberti sentado en el estrado del aula magna de la Facultad de Ciencias Económicas, con 90 años de edad y ciego, elevando su voz vibrante y exponiendo con sólidos argumentos su indignación por la traición de la Federación Agraria a los pioneros que protagonizaron el Grito de Alcorta en 1912, al verla alineada, más aún, al servicio de los intereses de los grandes terratenientes. Legítima indignación en quien siempre estuvo a favor de la opción por los pobres y por los explotados. Cómo puedo despedir con dolor a este hombre, que tanto hizo y por tanto tiempo por la sociedad en la que vivía. Tenía derecho a decir basta con sus prolíficos 91 años. Porque sus ideas no pueden morir, porque sus enseñanzas se desparramarán en el tiempo y en el espacio, porque no dudo que futuras generaciones de expertos abrevarán en sus libros y escritos, me inclino reverente ante su memoria con un sonoro: misión cumplida.

* Profesor honorario de la UBA



Un hombre coherente
Por Enrique Martínez *

El breve gobierno de Héctor Cámpora quedó devorado por el vértigo de la Argentina de ese momento. Entre las cosas que debieran recordarse de él está el notable conjunto de pensadores progresistas de primera línea que llevó al gobierno. Nombrando sólo los que pude conocer, tengo ahora presentes a Horacio Giberti, Alberto Davie, Rafael Kohanoff y Héctor Camberos en el equipo económico de José Gelbard o el gran Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós y Rogelio García Lupo en la Universidad de Buenos Aires. En varias otras áreas lo mismo. Personas sin militancia partidaria, pero con identidad y halo propio en materia intelectual, capaces de unir la teoría, la imaginación y la acción concreta, para buscar la justicia social.

Este fue un hecho relevante y no destacado de ese gobierno, tal vez porque ningún otro gobierno desde la recuperada democracia de 1983 lo imitó. Horacio Giberti, como secretario de Agricultura y Ganadería, fue coherente. Simplemente, buscó llevar a la práctica lo que había escrito antes de asumir y luego siguió toda su vida sosteniendo. Su Historia Económica de la Ganadería Argentina nos hizo ver en una película clara el escenario en que nació y se consolidó el poder conservador del país. Sus propuestas, en consecuencia, fueron casi de sentido común, para contrarrestar esa dominación. El fortalecimiento de la Junta de Granos y la Junta de Carnes; la participación activa del Estado en el comercio exterior de productos primarios; culminando con el proyecto de Ley de Impuesto a la Renta Normal Potencial de la Tierra. Este último documento tenía una base de justicia directa: buscaba gravar el potencial productivo de un bien escaso por definición, obligando así a los terratenientes, de cualquier dimensión, a producir con eficiencia o a vender la tierra a quien la quisiera trabajar. El intento no pudo ser.

Por supuesto, la oligarquía lo ubicó entre sus enemigos. Y los “progresistas”, como en tantos otros casos, poco hicieron por contenerlo o por utilizar su saber para hacer. Hoy lamentamos su muerte y honramos su actitud, su pensamiento y su legado intelectual. La democracia, sin embargo, tiene una enorme deuda con personas como Horacio Giberti. Porque además de todo eso, deberíamos estar honrando las obras que se hicieran con su participación, para mejorar la calidad de vida de los compatriotas. No pudo ser. No se quiso. Deberá ser, si es que hemos de construir el país con que Horacio Giberti soñaba, al igual que tantos y tantos de nosotros.

* Presidente del INTI.

FALLECIMIENTO DEL PROFESOR HORACIO GIBERTI

EXTRAIDO DE PÁGINA 12 DEL 26/7/09

Dos recuerdos de Horacio Giberti, fallecido el sábado 25

Por Myriam Pelazas *

“Nunca bajó los brazos”

Había leído varios libros para comprender los alcances de la Reforma Agraria que Perón planteó en su primera presidencia y que quedó a medio camino. Pero no me bastaban para cerrar la investigación histórica que estaba realizando, entonces alguien me pasó su teléfono. Así fue que, hace tres años, llamé a quien fuera secretario de Agricultura durante el tercer gobierno peronista: el ingeniero agrónomo Horacio Giberti, un verdadero referente en Reforma Agraria.

Amable y locuaz, arreglamos la cita y las veces que lo entrevisté me llevé de su casa mucho más que ideas acerca de las dificultades para realizar en este país un proyecto de tal magnitud: tuve el placer también de conocer a un ser humano inolvidable. Don Horacio no sólo esclareció mi “problema de investigación”, sino que ahondó en detalles de su paso como asesor en distintas asociaciones agrarias y, sobre todo, en su estrecho vínculo con quien sería el ministro del “Pacto Social”.

Había conocido a José Gelbard, tiempo atrás, en la CGE y éste en 1973 le dio la llave para imponer su idea de proyecto agrario. Justamente a él, que había sido bastante “contrera” –y con suficientes motivos, como le gustaba decir sonriendo, durante los primeros años peronistas– ese gobierno le daba la posibilidad de que junto a un equipo notable (al que no se cansaba de elogiar) cambiara la realidad del campo argentino. Pero en esos tumultuosos días, su plan no fue entendido y fue leído como demasiado reformista por los sectores revolucionarios y como radicalizado y peligroso, por los fuertes intereses de siempre. Y quedó en la nada.

Ahora bien, otros asuntos suyos prosperaron. Fue invitado por decenas de países para que los asesorara en temas agrarios, mientras se refugiaba de la dictadura que lo perseguía, como antes la Triple A. Además sus enseñanzas quedaron plasmadas, por ejemplo, en Historia económica de la ganadería argentina, donde diversas generaciones de investigadores continuamos hallando respuestas para entender el país.

En estos últimos años, aunque la vista se le iba como su esposa Julieta Menassé, con quien amorosamente había recorrido la vida hasta bordear los 90 años, don Horacio seguía evaluando el acontecer diario. Hasta Magdalena R. Guiñazú, hace unos meses, lo entrevistó para Perfil y por más que hizo un perseverante esfuerzo no logró que el ingeniero dijera lo que a ella le hubiera gustado para congraciarse con su público. Por el contrario, Giberti, que reconocía equivocaciones del Gobierno, enfatizaba en ese y en otros reportajes que “la gente de la CRA y de la Carbap son la fuerza de choque de la SRA”, a la que adjudicó “un acento despectivo hacia lo que es democrático”. Para terminar diciendo que “a lo largo de la historia podemos encontrar siempre la lucha entre el capital y el trabajo. No sé cómo se va a resolver. Lucharía para que sea de la manera más conveniente: el hecho de que haya existido siempre esa lucha y no siempre con un triunfo de los mejores, no quiere decir que bajemos los brazos”. Y nunca los bajó, hasta su último día.

* Profesora de Historia Argentina y de América latina. Ciencias de la Comunicación, UBA.



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Por Norma Giarracca *



Las lecciones del Ingeniero

La muerte de Horacio Giberti nos llevó a recordar una faceta del “Ingeniero”, como lo llamábamos quienes lo conocíamos desde 1973. Ese año fue nombrado secretario de Agricultura y se desempeñó en dicho cargo en las presidencias de Cámpora y Perón, con José Gelbard como ministro de Economía. Para muchos jóvenes sociólogos e ingenieros agrónomos, que ya estábamos trabajando en la secretaría en un grupo técnico que se llamaba Sociología Rural, a partir de que él asumió nuestro trabajo cobró un nuevo sentido. Nos incorporamos al proyecto para el sector agrario que Juan Perón tenía en su tercer gobierno: interceptar la fabulosa renta agraria en manos de los terratenientes y grandes capitalistas agrícolas de la región pampeana y apoyar un desarrollo sustentable para el sector más desfavorecido del agro extrapampeano. Nosotros colaboramos en esta última tarea, pero no dejamos de interesarnos y discutir algunas ideas en relación con todo el otro paquete de medidas: proyectos de ley de Renta Normal Potencial de la tierra, Arrendamiento Forzoso y la famosa Ley Agraria que fue el límite que la poderosa burguesía agraria estaba dispuesta a soportar. La muerte de Perón y el giro del gobierno de Isabel Perón prepararon el camino para la política de Martínez de Hoz con el dictador Videla.

La posición del ingeniero Giberti fue clara, consensuada (se creó un sistema de política agraria de consenso, sin la participación de la Sociedad Rural) y no dejaba lugar a ambigüedades ni dudas de hacia dónde se dirigía, a quién se debía limitar en sus feroces ganancias, que sin dudas en esos tiempos era la SRA. No existían aún el “agronegocio”, los grandes exportadores de granos ni un sector financiero que los apoyara.

Giberti y su esposa, Julieta Menasé, su mano derecha y una especie de subsecretaria sin cargo, nos abrieron espacios a pesar de nuestra juventud y posiciones “supuestamente” más radicales que las de ellos. Muchos sociólogos rurales tuvimos el privilegio de formar parte de esa gestión y luego fuimos “prescindidos” (eufemismo del despido represivo) cuando todo ese equipo fue relevado junto con el ministro de Economía, José Ber Gelbard.

Luego vinieron los exilios internos y externos y cuando en 1984 nos reencontramos con el Ingeniero, tuvimos el honor de realizar un seminario de Sociología Rural juntos para la carrera de Sociología. Memorable y numeroso seminario, donde participó como invitado su amigo Humberto Volando, aún en Federación Agraria. Hace poco recuperamos una grabación del Ingeniero analizando el Martín Fierro para describir el campo pampeano de la segunda parte del XIX, enseñándonos cómo José Hernández conocía los distintos sujetos y formas de producir de su época. Memorable clase, que hoy nuestros alumnos tienen el privilegio de leer.

Hace tres años murió su esposa, mujer lúcida, cálida y simpática que no sólo lo acompañó, sino que fue decidida y clara en los momentos difíciles. Los recordamos a ambos en los suntuosos salones de la Secretaría de Agricultura, institución del viejo poder terrateniente, habitándolos en forma sencilla, con ese modo simple de personas cultas y progresistas que tenían muy claro por qué y para qué la historia los había colocado en esos despachos.

* Profesora de Sociología Rural, coordinadora del GER en el Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA).