martes, 28 de julio de 2009

HOMENAJE AL INGENIERO HORACIO GIBERTI

Extraido de Página 12

Palabras de despedida
El ex secretario de Agricultura murió el sábado a los 91 años. Abraham Gak, Enrique Martínez y Alberto Cantero recuerdan sus enseñanzas y la valentía con que defendió sus ideas hasta el final.

Adiós al amigo, adiós al maestro


Abraham Leonardo Gak *

Mis primeros contactos con Horacio Giberti datan del año 1973 en que, como presidente del Colegio de Graduados en Ciencias Económicas, trabajamos en un proyecto común con el entonces ministro de Economía José Ber Gelbard. En esa época –era secretario de Agricultura– tuve las primeras referencias de su personalidad y su labor académica. Pero el verdadero vínculo comenzó a partir del año 1993 en que el destino me permitió unir mi vida a la de Mónica Padlog, sobrina y “adoptada” como hija por el matrimonio compuesto por él y Julieta Menassé.

A partir de ese momento me integré a su familia compartiendo alegrías y sinsabores con ellos, con sus hijos Jorge y Víctor y sus familias. Este vínculo me convirtió en testigo privilegiado de su pensamiento, sus escritos y sobre todo de su sabiduría.

Horacio tenía una personalidad exquisita; su delicadeza en el trato cotidiano no fue mengua para su severidad con los falsos apóstoles, los egoístas que tras el lucro medraban en la búsqueda de beneficios personales o para su casta.

Horacio no fue perfecto. Tenía defectos. Uno de ellos fue que no logró forjar una fortuna personal en su paso por la función pública, como lo logró alguno de sus sucesores. Tuvo el defecto de ser leal a sus principios: nunca los subastó al mejor postor. Consideró que la función pública era un servicio a la sociedad que debía realizarse con devoción y responsabilidad. Su vida fue una constante y permanente preocupación por el destino de nuestro país y de los pobres, los marginados, los explotados.

En su caso, construyó su ideario sobre sólidos conocimientos, investigando con rigurosidad académica la información disponible sobre cada tema que era sometido a su consideración. La prensa ha dado testimonio de sus libros, títulos académicos, su participación en congresos y reuniones científicas y de su intervención en los grandes debates nacionales, de modo que los doy por conocidos. Yo estoy hablando del otro Horacio Giberti: el trabajador incansable en su ordenada y clasificada biblioteca, el maestro generoso que se brinda a sus discípulos, el sufrido hombre que sobreponiéndose a las dolencias físicas que lo atormentaban y a su ceguera, día a día se interesaba en la política, en la economía y en la cultura nacionales. Se hacía leer cotidianamente los diarios y la correspondencia; procuraba que fieles colaboradores transmitieran sus opiniones y organizaran sus entrevistas con los medios; y concurría con entusiasmo a los distintos foros a los que era invitado.

Hoy, sus familiares directos lloran su muerte. Yo no puedo compartir ese dolor. Se fue un modelo. Vivió de acuerdo con sus ideales, trabajó incansablemente, brindó a su país sobrados servicios, formó discípulos, fue fiel padre y esposo. Se sobrepuso al enorme dolor de perder a Julieta, su amor, y a la inesperada muerte de nuestra amada Mónica. Nunca pasó por alto sus obligaciones, fue honesto y brindó el ejemplo de cómo se puede ser feliz sin perseguir riquezas materiales. Qué más se le puede pedir a un hombre.

Me queda el recuerdo de Horacio Giberti sentado en el estrado del aula magna de la Facultad de Ciencias Económicas, con 90 años de edad y ciego, elevando su voz vibrante y exponiendo con sólidos argumentos su indignación por la traición de la Federación Agraria a los pioneros que protagonizaron el Grito de Alcorta en 1912, al verla alineada, más aún, al servicio de los intereses de los grandes terratenientes. Legítima indignación en quien siempre estuvo a favor de la opción por los pobres y por los explotados. Cómo puedo despedir con dolor a este hombre, que tanto hizo y por tanto tiempo por la sociedad en la que vivía. Tenía derecho a decir basta con sus prolíficos 91 años. Porque sus ideas no pueden morir, porque sus enseñanzas se desparramarán en el tiempo y en el espacio, porque no dudo que futuras generaciones de expertos abrevarán en sus libros y escritos, me inclino reverente ante su memoria con un sonoro: misión cumplida.

* Profesor honorario de la UBA



Un hombre coherente
Por Enrique Martínez *

El breve gobierno de Héctor Cámpora quedó devorado por el vértigo de la Argentina de ese momento. Entre las cosas que debieran recordarse de él está el notable conjunto de pensadores progresistas de primera línea que llevó al gobierno. Nombrando sólo los que pude conocer, tengo ahora presentes a Horacio Giberti, Alberto Davie, Rafael Kohanoff y Héctor Camberos en el equipo económico de José Gelbard o el gran Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós y Rogelio García Lupo en la Universidad de Buenos Aires. En varias otras áreas lo mismo. Personas sin militancia partidaria, pero con identidad y halo propio en materia intelectual, capaces de unir la teoría, la imaginación y la acción concreta, para buscar la justicia social.

Este fue un hecho relevante y no destacado de ese gobierno, tal vez porque ningún otro gobierno desde la recuperada democracia de 1983 lo imitó. Horacio Giberti, como secretario de Agricultura y Ganadería, fue coherente. Simplemente, buscó llevar a la práctica lo que había escrito antes de asumir y luego siguió toda su vida sosteniendo. Su Historia Económica de la Ganadería Argentina nos hizo ver en una película clara el escenario en que nació y se consolidó el poder conservador del país. Sus propuestas, en consecuencia, fueron casi de sentido común, para contrarrestar esa dominación. El fortalecimiento de la Junta de Granos y la Junta de Carnes; la participación activa del Estado en el comercio exterior de productos primarios; culminando con el proyecto de Ley de Impuesto a la Renta Normal Potencial de la Tierra. Este último documento tenía una base de justicia directa: buscaba gravar el potencial productivo de un bien escaso por definición, obligando así a los terratenientes, de cualquier dimensión, a producir con eficiencia o a vender la tierra a quien la quisiera trabajar. El intento no pudo ser.

Por supuesto, la oligarquía lo ubicó entre sus enemigos. Y los “progresistas”, como en tantos otros casos, poco hicieron por contenerlo o por utilizar su saber para hacer. Hoy lamentamos su muerte y honramos su actitud, su pensamiento y su legado intelectual. La democracia, sin embargo, tiene una enorme deuda con personas como Horacio Giberti. Porque además de todo eso, deberíamos estar honrando las obras que se hicieran con su participación, para mejorar la calidad de vida de los compatriotas. No pudo ser. No se quiso. Deberá ser, si es que hemos de construir el país con que Horacio Giberti soñaba, al igual que tantos y tantos de nosotros.

* Presidente del INTI.

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